LEÓN DE NOCHE, Blas de Otero (Bilbao, 1916 - Madrid, 1979)

En voz alta.  

Vuelve la cara, Ludwig van Beethoven
dime qué ven, qué viento entre en tus ojos,
Ludwig; qué sombras van o vienen, van
Beethoven; qué viento vano, incógnito,
barre la nada... Dime
qué escuchas, qué chascado mar
roe la ruina de tu oído sordo;
vuelve, vuelve la cara, Ludwig, gira
la máscara de polvo, dime qué luces
ungen tu sueño de cenizas húmedas;
vuelve la cara, capitán del fondo
de la muerte: tú, Ludwig van Beethoven,
león de la noche, capitel sonoro!




Blas de Otero es uno de los más grandes poetas que nos ha dado el siglo XX. Desde una postura que parte del existencialismo se plantea (y se planta ante) el sufrimiento humano, un misterio en el que indaga a través de sus versos, y lo hace también aprovechando con gran acierto recusos de tipo fonético, rítmico, musical.

De su poesía se suelen distinguir tres etapas, las dos primeras -religiosa y existencial- con un marcado carácter más íntimo y la tercera -social- con una vertiente más política e influenciada por el acontecer de su tiempo.

Ha sido distinguido con premios como el Premio Boscán (1950), el Premio de la Crítica (1958), el Premio Fastenrath (1961) o el Premio Casa de las Américas (1964).

ARTE POÉTICA (1916), Vicente Huidobro (1893-1948)



Que el verso sea como una llave
Que abra mil puertas.


Una hoja cae; algo pasa volando;
Cuanto miren los ojos creado sea,
Y el alma del oyente quede temblando.


Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra;
El adjetivo, cuando no da vida, mata.



Estamos en el ciclo de los nervios.
El músculo cuelga,
Como recuerdo, en los museos;
Mas no por eso tenemos menos fuerza:
El vigor verdadero
Reside en la cabeza.


Por qué cantáis la rosa, ¡oh Poetas!
Hacedla florecer en el poema ;


Sólo para nosotros
Viven todas las cosas bajo el Sol.


El Poeta es un pequeño Dios.



A CRISTO CRUCIFICADO, Anónimo (siglo XV)



No me mueve, mi Dios, para quererte, 
el cielo que me tienes prometido, 
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

¡Tú me mueves, Señor!, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera
que aunque no hubiera cielo yo te amara,
y aunque no hubiese infierno te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
porque, aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.






Este soneto del siglo XVI es, sin duda alguna, una de las joyas de la literatura universal, de la española y de toda la corriente mística, que -si cabe- es mucho más que literatura. No se conoce el autor del poema por lo que permanece en el anonimato, aunque numerosos indicios apuntan a que su autor fuera san Juan de Ávila.