EL POEMA, Pedro Salinas (Madrid, 1891- Boston, 1951)



Y ahora, aquí está frente a mí.
Tantas luchas que ha costado,
tantos afanes en vela,
tantos bordes de fracaso
junto a este esplendor sereno
ya son nada, se olvidaron.

Él queda, y en él, el mundo,
la rosa, la piedra, el pájaro,
aquéllos , los del principio,
de este final asombrados.
¡Tan claros que se veían,
y aún se podía aclararlos!

Están mejor; una luz
que el sol no sabe, unos rayos
los iluminan, sin noche,
para siempre revelados.
Las claridades de ahora
lucen más que las de mayo.

Si allí estaban, ahora aquí;
a más transparencia alzados.
¡Qué naturales parecen,
qué sencillo el gran milagro!
En esta luz del poema, todo,
desde el más nocturno beso
al cenital esplendor,
todo está mucho más claro.



Pedro Salinas, es un poeta español nacido en Madrid en 1891 y fallecido en Boston en 1951. Estudió Derecho y Filosofía y Letras. Fue profesor en las universidades de  Sorbona y Cambridge y conferencista en varias Universidades de América donde vivió desde 1936. Es considerado como uno de los grandes exponentes de la Generación del 27. De su obra poética se destacan, «Presagios», «Razón de amor»  y «Largo lamento». 

Salinas es conocido como el gran poeta del amor del 27. Pocos igualaron la sutileza con que supo ahondar en el sentimiento amoroso. Trasciende las puras anécdotas para encontrar la quinta esencia más gozosa de las relaciones sentimentales, pues, desde una posición claramente antirromántica, el amor es para él, en vez de sufrimiento, una prodigiosa fuerza que da plenitud a la vida y sentido al mundo. Es enriquecimiento del propio ser y enriquecimiento de la persona amada, un acontecimiento jubiloso: «¡Qué alegría vivir / sintiéndose vivido...!», exclama. El amor hace amar la vida, decir que sí al mundo: «¡Sí, todo con exceso: — la luz, la vida, el mar!». Sólo en su segundo libro (Razón de amor) aparece a veces un tono más grave, en ciertos poemas que hablan de los límites del amor o de su posible —acaso inevitable— final.


MEDIA NOCHE, Emilio Prados (1899-1962)


(Málaga, 6 de enero)

Duerme la calma en el puerto
bajo su colcha de laca,
mientras la luna en el cielo
clava sus anclas doradas.
¡Corazón,
rema!






Emilio Prados (Málaga, 1899 - México, 1962), estudió en Málaga hasta que a los 15 años obtuvo plaza en el Grupo de Niños de la Residencia de Estudiantes, donde el hecho de conocer a Juan Ramón Jiménez marcó profundamente su inclinación por la poesía. En 1918 se incorporó al Grupo de universitarios de la Residencia; fue entonces cuando conoció a Buñuel, Dalí, Lorca y Cernuda, entre otros. 
Tras ingresar en el sanatorio de Suiza por una enfermedad descube a los escritores europeos más sobresalientes y consolida su vocación de escritor. 

En 1924, ya en Málaga de nuevo, funda junto a Manuel Altolaguirre la revista Litoral. En 1925 empieza a trabajar como editor en Sur, también junto a Manuel Altolaguirre, aquí se publicarán muchas de las obras de los miembros de la Generación del 27. 

Ya en la República se muestra favorable a las ideas de izquierdas y se compromete durante la guerra civil, como muchos otros escritores, formando parte de la Alianza de Intelectuales Antifascistas. El 6 de mayo de 1939 parte, junto con otras destacadas figuras de la intelectualidad republicana, hacia México, donde residirá hasta su muerte en 1962.

QUIERO CREER, Gerardo Diego (1896-1987)



Porque, Señor, yo te he visto
y quiero volverte a ver
quiero creer.

Te vi, sí, cuando era niño
y en agua me bauticé,
y, limpio de culpa vieja,
sin verlos te pude ver.
Quiero creer.

Devuélveme aquellas puras
transparencias de aire fiel,
devuélveme aquellas niñas
de aquellos ojos de ayer.
Quiero creer.

Limpia mis ojos cansados,
deslumbrados del cimbel,
lastra de plomo mis párpados
y oscurécemelos bien.
Quiero creer.

Ya todo es sombra y olvido
y abandono de mi ser.
Ponme la venda en los ojos.
Ponme tus manos también.
Quiero creer.

Tú que pusiste en las flores rocío,
y debajo miel,
filtra en mis secas pupilas
dos gotas frescas de fe.
Quiero creer.

Porque, Señor, yo te he visto
y quiero volverte a ver
creo en Ti y quiero creer.





Última voluntad (Ardua mediocritas, 1997) de Enrique García-Máiquez

 
El día que yo me muera
que no se organice un drama
ni se monte una tragedia.

A la tarde de la vida
me examinarán de amor
los hechos y la poesía

y aprobaré, así que nada
de agrias desesperaciones
ni de lutos, ni de lágrimas.

Que den mi cuerpo a la tierra,
una oración a los Cielos
y mi escasa hacienda a Hacienda.

Si un concejal de Cultura
me editara un libro, vale,
más vale tarde que nunca.

Y puestos a dar la lata
yo quisiera de epitafio
este canto de esperanza:

"Esperanza, compañeros,
las almas viven y encima
resucitarán los cuerpos".